Programas Quindianos: Parte 2
Maravilla como en un territorio tan pequeño, Dios haya querido reunir tantos ambientes, climas, paisajes y donde el elemento que une esta divina diversidad sea la amabilidad, pulcritud y tesón de las gentes que allí destinó. Y es en esta Perla de Colombia, que nosotros los quindianos disfrutamos de programas sencillos, cercanos a la tierra y a nuestra cultura. A continuación les presentamos la segunda entrega de algunos de ellos.
6. Feria de Circasia.
Tienes que apartar el primer miércoles de cada mes y llegar temprano a la plaza de mercado de Circasia, arrancas con un buen café o un doble, según el ánimo, y empiezas a vivir un mercado campesino que se desarrolla alrededor de los corrales donde nuestra gente va llegando al amanecer a comprar o vender el ternero, vender el chivo, las gallinas o los cerditos. Es un ambiente febril que huele a campo y a delicias del sartén. Se remata esta experiencia única con un almuerzo en las largas mesas comunales de la galería donde escoges la presa directamente de la olla. Garantizado que de allí sales con poncho al cuello, sombrero aguadeño levemente inclinado, machete al cinto y perrero en mano; como quindiano que se respete.
7. La Cabalgata.
A diferencia de los amantes al caballo del resto del país que acostumbran reunirse para desfilar por las ciudades y pueblos mostrando sus habilidades y la belleza de sus animales, aquí en el Quindío preferimos discretamente disfrutar en nuestras monturas de los paisajes, el campo, los ríos, el verde, lo azul; desarmando cercos, atravesando aguas, remontando lomas y galopando planes; siempre en compañía de un puñado de amigos, una burroteca, fiambre y guarito. Normalmente arranca y termina en una finca y como cabalgata que se respete se demora para arrancar pero luego se vive un día de compañerismo y maravillas con olor a cuero y a equino; al caer la noche rematamos al calor de un traguito y buena compañía. Para la próxima estas invitado.
8. Paseo por la Calle Real.
Del parque Sucre a la plaza de Bolívar de Armenia, todo en suave bajada, fácil, vas caminando, mecateando, vitrineando y comprando a muy buen precio; es como ir por un centro comercial sin techo, “a cielos abiertos” como es llamado y lo haces en medio del rio de gente que viene a lo mismo, en un ambiente relajado, tranquilo, festivo. Al llegar a la plaza con algo de tristeza porque ya se acabó, paras a tomarte un café y haces el inventario mental del disfrute de este recorrido tan especial que fue premiado por su calidad arquitectónica. Tienes que descubrirlo.
9. Día de campo en Cocora.
Al fondo del mágico valle de Cocora cerca de Salento, llegas al lugar donde se termina la carretera y te encuentras con un conjunto de restaurantes, tiendas, corrales, verdes prados y palmas de cera. Allí se pasa el día a tu medida, a caballo, caminando, comiendo trucha y patacón, o simplemente recostado en un prado, viendo cambiar los colores del paisaje y a la niebla coronando a Morrogacho. Completa paz
10. Bicicleta Nocturna.
Todos los martes y los jueves religiosamente, al caer la noche empiezan a aparecer de todas partes, figuras en bicicleta con luces parpadeantes y vistosos uniformes que se van congregando en sitios predeterminados para luego empezar una caravana colorida y luminosa como un gigante y serpenteante árbol de navidad que recorre las calles de Armenia y sus rutas aledañas, disfrutando de la experiencia, de la camaradería y de sentirse parte de algo más grande. Experiencia inolvidable.
11. La tinteada.
Tintear es un arte tan incrustado en las entrañas del quindiano que ha resistido el avance inexorable del afán. Es una reunión mañanera de amigos en un tinteadero, toldo o café, aledaño a la plaza de Bolívar de cualquiera de nuestros municipios, alrededor de una mesa de superficie gastada por el trajinar de una azucarera de plástico, donde se discute lo divino, lo humano, el chiste, el chisme y los rumores. Todo al calor y aroma de un sabroso tinto servido en pocillo grande, colado en una maquina metálica gigante y centenaria que domina el mostrador y que pregona su oficio con el peculiar sonido del vapor a presión que sale por sus tubos. Arrime una silla.
12. Tarde en Pijao.
No hay pueblo más pausado, tranquilo, sereno que Pijao, allí en un pequeño valle cordillerano la vida transcurre a otro ritmo, un ritmo ya olvidado para el resto del mundo. Cuando llegamos a caminar sus bellas calles, sus casas cuidadosamente pintadas, con sus puertas entreabiertas que dejan entrever hermosos zaguanes y florecidos patios, nos invade un sentimiento de asombro ante la paz que se respira. Allí se puede, al recorrer la plaza, visitar sus tradicionales cafés, donde todavía se parquean lado a lado, el Willis, el carro de plaza y la mula, esperando para llevar a sus dueños de vuelta a casa luego de un chico de billar o una tarde de música vieja y guaro. Este pueblo es un sitio inédito, sencillo y autentico donde el turismo aún no ha llegado para obligar a sus gentes a cambiar su vocación y sus costumbres. Venga mientras dure.